Ir a dormir es dejarlo todo y morir.
Es parar la histeria de lo inconcluso y tirarse al vacío. Que suene el teléfono, que llamen afuera, ya no hay vuelta atrás.
Dormirse es entregarse. Es el alivio del no hacer, del no ir, no buscar, no lograr, no desear, dejar de correr. Es el mejor momento del día.
Dormir no es lo mismo que meditar. Cuando meditas controlas. Cuando duermes no controlas, tu mente divaga.
Hay un momento en la noche en el que todos duermen y prima el silencio. Los perros cesan el incesante ladrido gradualmente hasta unirse a este silencio. La gente se desprende de sus pesares y todas las mentes flotan sobre el pueblo. Algunos entrando, otros ya hipnotizados, llega una hora de la madrugada, minutos, en los que la inconsciencia reina al unísono del silencio.
Va transcurriendo el día y vamos avanzando hacia el umbral. Una sutil delimitación entre la vigilia y el sueño, nadie puede percatarse de esta cortina, solo está a un paso, milésimas de segundos y la vigilia se desploma.
Como quisiera atrapar ese momento, atesorarlo en un cofre y ver de que está compuesto.
¿En qué momento pasé de estar despierta a estar dormida?, ¿Será este el misterio de la muerte?
No es necesario que sea de noche. Si el mundo del sueño te llama, ve, tienes un mensaje que darte.
